BienVenidos

15- Me pica, ¿tienes crema?

Me quedé perpleja al ver el lugar donde, según me dijo Arioch cuando le pregunté, nos aclararían nuestras dudas sobre el tatuaje de mi mano y hasta era posible que sacáramos algo en claro respecto a qué tipo de ser era yo en realidad y quienes me perseguían.


Arioch me tenía dicho que yo había perdido mi humanidad cuando la estrella me golpeó aquella noche en el parque. Supuestamente cada inmortal está inclinado a mayor o menor medida a un lado de la balanza, ya sea al lado de la luz o al de la oscuridad, el del bien o el del mal, pero yo no. Yo era excepción a esa regla. En mí percibía algo extraño, fuera de lo común, no era parte de los buenos porque había trazos de oscuridad en mi ser que impedían que lo fuera, pero al mismo tiempo había demasiada luz dentro de mí como para ser uno de su bando. Y eso me dejaba en aquellos momentos en medio de tres bandos confrontados (el bien, el mal y los mortales), parte de ellos pero sin pertenecer a ninguno de ellos en su totalidad.

No sabéis las ganas que tenía de saber cuál era mi lugar en el mundo tras la muerte de mi tía abuela. Pero esas mismas ganas no me impidieron recelar del lugar al que me llevó Arioch esa tarde, y no es de menos teniendo en cuenta que nos encontrábamos enfrente de una tienda en el que un cartel muy llamativo anunciaba que aquel era una tienda de adivinación y ocultismo. ¡Vaya por Dios!

Volví la vista hacia el demonio que se encontraba a mi lado con el ceño fruncido, no entendía qué podía una mera adivina saber sobre los problemas que me envolvían, como si de una segunda piel se tratase, y lo decía sin ánimo de ofender hacia esa profesión.

Estaba a punto de darme la vuelta e ir a la fábrica nuevamente, a esa solitaria habitación donde había pasado prácticamente toda la mañana sin salir para nada de él. Había necesitado tiempo para llorar la pérdida de mi tía, de asimilar que nunca más volvería a ver su cara, de asimilar que nunca jamás volvería oír su voz, antes de hacerle frente a lo que el futuro me depararía de ahora en adelante. Además, si la pérdida de un ser querido es ya de por si duro, añádele la ausencia de casi todas tus pertenencias y la ausencia de un hogar. Debía hacerle frente que me había quedado sin nada ni nadie en el mundo y eso era muy duro, os lo aseguro.

Por todo ello, había deseado estar sola y por eso no desatranqué la puerta cuando desperté del sueño aquella mañana. Aunque debí suponer, tras leer tantos y tantos libros sobre demonios y seres semejantes, que una defensa tan débil, como lo era una silla ante una puerta, no supondría ningún problema para un demonio milenario como lo era mi guardaespaldas. No lo vi ni venir, en un momento no estaba en el cuarto y en el tiempo que tarde en pestañear ya se encontraba depositando una bandeja de plata que estaba a rebosar de comida en la mesilla de noche, al lado de la cama. Abrí los ojos como platos impresionada. Eso sí que era tener poder.

No habló, no se refirió en ningún momento al incidente del día anterior, se limitó a mantener una compostura neutra, como si nada de aquello hubiera ocurrido jamás, como si todo hubiese sido parte de un sueño. Intenté pedirle perdón de todas las maneras posibles por el ataque del día anterior, le informé que no había sido mi intención herirle y mucho menos matarle, pero se limitó a encogerse de hombros como si tal cosa.

- Me pillaste desprevenido, eso es todo- se limitaba a responder cuando le saltaba con esas, como quitándole importancia al asunto-. Si hubiese querido podría haberte vencido fácilmente.

Y cuando le daba las gracias por ayudarme a entrar en razón en aquellos momentos de locura, tenía una reacción bastante similar que tenía como resultado, como el anterior, sacarme de mis casillas.

- Yo no hice nada más que mi deber, para eso me pagaron- me contestaba indiferente.

Que tipo más raro, ayer había parecido que me había mostrado parte de su corazón cuando intentó tranquilizarme con aquellas dulces palabras, hasta llegué a pensar que no era tan gilipollas como aparentaba ser realmente de cara al público. Pero hoy volvía a ser el mismo tipo que me hacía sentir como una mierda, como una carga, una persona prescindible a la que nadie le importa si vivía o moría. Y eso me confundía y me sacaba de mi quicio al mismo tiempo. Puede que ese fuera la razón de mi mal humor de hoy y la suspicacia que despertaba en mí aquel lugar.

Entendedme, yo no tengo nada en contra de aquella profesión, lo respetaba y hasta me gustaba, no sería la primera vez que entraba en una tienda así tanto para comprar algún cachivache mágico como para una sesión de Tarot, pero esto era bien distinto. Al fin y al cabo, estábamos hablando de recopilar información que podría marcar la diferencia entre mi vida o mi muerte, y, lo siento mucho por la dueña de ese establecimiento, pero yo no pondría mi vida a manos de una adivina de tres a cuatro si tuviera otra opción entre manos. Apreciaba mucho mi vida. Aunque, por la mirada que me dirigió Arioch al percibir mis intenciones en mi lenguaje corporal, supe que no tenía más que hacer lo que él me decía sin rechistar si no quería verme arrastrada por las orejas adentro.

Aún siendo a regañadientes entramos y una de esas campanillas que tanto me irritaban anunció nuestra llegada.

- Ahora voy- gritó alguien tras la puerta que había detrás del mostrador.

Mientras esperaba a que la adivina se presenciase ante nosotros eché un vistazo a mi alrededor mientras me sentaba en una de las sillas que había a un lado de la pared de aquella recepción. Era una habitación de colores oscuros, el morado y el negro imperaban sobre los otros colores. Tenía un porte antiguo y cierto aire de misterio que aquellos objetos, muebles y libros le daban. Era un lugar precioso para un amante de lo esotérico, como lo era yo.

Movida por la curiosidad volví a ponerme en pie y fui a observar las cosas que había en una de las estanterías que había al lado de la mesa de recepción. Era una colección de libros impresionante. No había más que ver el manuscrito sobre la magia wiccana más poderosa jamás escrita que encontré entre esas estanterías. Un manuscrito que, según tenía entendido, había sido destruido hacia la época de la Inquisición. Parecía que había logrado sobrevivir. Lo cogí entre mis manos con delicadeza sin poder creerme que ese ejemplar pudiera encontrarse ante mí en esos momentos, era maravilloso. Aunque, fuera muy antiguo y la tapa estuviera un poco gastada, el contenido estaba en perfecto estado y se podía leer lo que había en él sin ningún problema.

Gracias a dios que mi intención había sido estudiar derecho y que por ello me vi obligada a aprender latín, y no cualquier otra cosa, pues no podría haber leído si no aquel maravilloso libro, ya que estaba escrito en latín antiguo.

Me enfrasqué de lleno en la lectura, porque no había allí nada mejor que hacer. Arioch se limitaba a estar entre la puerta y yo, preparado para defenderme de cualquier ataque, sin ni siquiera abrir la boca, pareciendo así una estatua esculpida en mármol. Lo ignoré completamente como él hacia conmigo, y seguí leyendo.

- Tienes un buen ojo para los libros, desgraciadamente no está en venta por motivos que comprenderás- me dijo la joven mujer de pelo rojizo que apareció por la puerta que había tras el mostrador- Que tenga un buen día, señora Millers- le saludó a su cliente mientras esta salía del establecimiento. Una vez se fue la mujer se volvió hacia nosotros con una sonrisa en los labios-. Estaba esperándoos, llegas un poco tarde Arioch, sabes que me gusta la puntualidad por encima de todo- le regañó, aunque estaba claro que no estaba enfadada realmente con él.

- Lo siento, pero he tenido que esperar a que mi acompañante se preparara propiamente. Solo Lucifer sabe que el tópico de que las mujeres tardáis una eternidad para cambiaros es verdad- levantó las manos con una sonrisa apenas contenida- Así que no soy yo el culpable que buscas en esta ocasión. Soy tan inocente como cualquier hombre en estas circustancias.

- Tú siempre con escusas, nunca cambiaras, seguro que habrás tenido parte de la culpa en esta también- le volvió a regañar con tono juguetón, entonces pareció acordarse de mí y se volvió – Vaya falta de tacto la mía. Lo siento, querida- se disculpó sinceramente, lo pude ver en sus ojos-. Tú debes ser la joven que está bajo su protección. Me llamo Musa, encantada de conocerte- me dijo tendiéndome la mano con un brillo especial en los ojos que no supe descifrar.

Era palpable la buena relación que había entre esos dos, que eran grandes amigos y confidentes desde hacía mucho tiempo. El siempre malhumorado y serio semblante del demonio se dulcificó nada más ver a Musa, a aquella hermosa mujer de unos ojos verde esmeralda, de una cabellera rojo fuego y un cuerpo de ensueño. ¿Serían pareja?

Le di un apretón de mano, como le hubiese dado a cualquier otro que me ofreciera la mano, pues así era como me había educado mi tía, los modales primero. Pero ni todos los modales del mundo me hubieran preparado para lo que me pasó a continuación. Y es que no pude evitar soltar un grito de verdadero espanto cuando me quedé con su brazo, no lo habéis leído mal ¡su maldito brazo se había desprendido de cuerpo y lo tenía entre mis manos en aquellos momentos!

- Mierda- maldijo por lo bajo Musa- Se me había olvidado por qué jamás doy la mano a la gente, todos reaccionan de la misma forma- dice apesadumbrada.

- Yo no- le contestó Arioch.

- Cierto, pero es que tú has visto demasiadas cosas como para asustarte de manos que salen de su sitio- se volvió hacia a mí al instante- Lo siento, querida, no era mi intención asustarte, para nada. Es que a veces, cuando estoy un poco nerviosa, no controlo mi poder y me caído en pedazos. Es el precio que pagué por un hechizo que no salió del todo bien, conseguí mi propósito pero lo pagué muy caro, créeme. Y ahora que hemos solucionado este malentendido ¿podrías devolverme mi mano? – me preguntó tendiéndome la otra mano. Se lo devolví al instante- Gracias- se subió la manga para poder ponerlo en su sitio y empezó a recitar extrañas palabras - Arshga michra wussa.

Y ante mis incrédulos ojos vi como un hilo de sutura, que utilizaban los médicos, volvía a unirse al cuerpo como si tuviera vida propia. Fue un trabajo rápido y limpio, y antes de darme cuenta todo volvía a ser lo de antes. O lo habría sido, si mis ojos no hubieran visto a través del hechizo de ilusión que tenía adherido a su cuerpo, un hechizo que a primera vista te impedía ver lo que realmente le pasaba a su creadora. Y es que, no había parte del cuerpo de Musa que no estuviese atada por hilos de sutura. Parecía un hermoso muñeco roto, que se habían empeñado en mantenerlo en una pieza aunque le hubiesen despedazado sin misericordia. Era una imagen sobrecogedora.

- ¿Qué tipo de ser eres?- tartamudeé dando un paso para atrás.

- ¿No le has dicho nada antes de venir sobre mí?- le espetó a Arioch, quien se limitó a sacudir la cabeza. Le fulminó con la mirada – ¿Y cómo esperas que te ayude se la chica me teme? ¿por lo menos podrías haberla preparado para lo que vería en mí, no? Y no intentes replicar, ya es tarde, el daño ya ha sido hecho- dijo alzando una mano para acallar al demonio.- Veras, lo que este olvidadizo demonio no te dijo y debió haberte dicho mucho antes de venir aquí es que soy una nigromante, aunque hubo un tiempo en lo negro no me atraía- por un momento su mirada se perdió en los recuerdos, pero solo fue durante un breve lapsus de tiempo, que ni siquiera sé si realmente lo vi o me lo inventé-. Bien, veras, un día, hacia el año 1509 y movido por motivos del índole personal, decidí probar con un hechizo que había encontrado en uno de mis libros de magia negra. El hechizo me iba a dar la inmortalidad que deseaba, pero algo falló en la fórmula, erré en algo y, ¡pum!- dijo simulando una explosión-, aquí me tienes, después de 501 años, viva pero deshecha. Hoy en día tengo que tener cuidado con no tener mucho contacto con los mortales en consideración a su salud mental, y no sabes lo solitario que es eso- otra vez esa mirada-. Pero gracias a dios, aún me quedan un par de amigos inmortales con los que sociabilizar sin temor a lo que pueda ocurrir si me descontrolo durante solo un único segundo.

Siempre había oído hablar de que los nigromantes eran personas sin escrúpulos ni corazón, que jugaban con la vida y la muerte sin importarles las consecuencias. Nunca pensé que alguna vez me encontraría con una verdadera nigromante que, en contra de lo que decían todos los libros, si tenía un corazón que sufría y amaba como el nuestro.

Sentí pena por ella, y no solo por como quedó después del hechizo fallido, sino por la historia que escondía tras esas palabras, la historia que se había guardado para sí. No sabía por qué, pero estaba segura que el suyo no había sido el deseo de poseer la inmortalidad sin una razón de peso. Y me daba a mí en la nariz, que había una historia de amor lo que desencadenó toda esta historia. Pobre. Y, aunque no tuviera razón y sus motivos fueran del todo egoístas al actuar de aquella forma, ese no era un destino que no quisiera ni para mis enemigos.

Por todo ello, me avergoncé de mi reacción y por haberla juzgado antes de tiempo. ¿Quién era yo para decidir quién era o no un monstruo cuando yo misma poseía una extraña niebla en vez de una sombra como los demás?

- Lo siento, yo no quería… yo no sabía…

- Tranquila, está olvidado- me aseguró mientras cogía mi mano derecha y tocaba el tatuaje-. Además, ¿qué tipo de aliado sería si no puedo perdonar una cosa así?- me dedicó su mejor sonrisa mientras soltaba mi mano e iba a la puerta para girar el cartelito hacia la cara que indicaba que la tienda estaba cerrada.

Fue entonces cuando Arioch volvió a abrir la boca.

- Basta de tonterías- parecía impaciente-. Musa, ¿podrías utilizar tus poderes adivinatorios para sacar algo en claro sobre ella o sobre la persona que hizo el tatuaje? Puede ser importante - le preguntó directamente sin andarse con rodeos.

- Puedo intentarlo. Cariño, ven conmigo- dijo mientras desaparecía tras la puerta que había tras el mostrados.

La seguí y pronto me encontré en una oscura y pequeña sala de adivinación con todos sus cachivaches. No faltaba nada, ni la bola, ni las cartas, nada. Estaba todo al completo.

Se sentó en la mesa redonda y me señaló la única otra silla que había en aquel cuarto, el que encontraba enfrente de la de ella. Por lo tanto, a nuestro demonio le tocó quedarse de pie tras de mí con cara impaciente. Tal era la magnitud de ese sentimiento, que poco a poco fuimos contagiados todos los que nos encontrábamos en la sala. De pronto, toda mi alegría se esfumó por el mal presentimiento que sentía en mi interior, algo me decía que no me gustaría la respuesta que pedía obtener.

Musa alargó ambos brazos hacia mí, con las palmas hacia arriba.

- Empecemos- anunció en voz alta, para seguidamente convertirlo en un susurró que prendía únicamente ser escuchado por mis oídos-, es una cosa muy fácil, hasta el gorila que tienes atrás sería capaz de hacerlo con los ojos vendados– me guiñó, era evidente que estaba intentando calmar los ánimos-. Bien, pon tus manos encima de los míos, con las palmas hacia arriba, cierra los ojos y no pienses en nada. Solo eso, yo haré todo lo demás, confía en mi capacidad y todo saldrá bien.

No hubo detalle que no lo bordé. Hice todo como ella me ordenó que hiciera sin perder el tiempo haciendo preguntas sobre lo que haríamos. Estaba segura que no entendería la respuesta que me iba a ofrecer, de modo que no desperdicié saliva para nada.

Se hizo el silencio, un silencio que fue roto por el cántico del hechizo que estaba pronunciando Musa en una lengua para mí desconocida, parecía algo profundo y sagrado, algo que imponía respeto.

Debí suponer que ni esto sería normal conmigo de intermedio. Como pude pensar siquiera que todo iría como la seda, hacía mucho que no lo iba nada en mi vida y ahora no empezarían a cambiar las cosas por arte de magia. No era así como funcionaba mi mundo estos días.

De repente hubo un fogonazo de luz, que, lo vi estando yo con los ojos cerrados, deslumbró todo a mí alrededor brillaba. Fue sobrecogedor, nunca antes había visto tanta luz en medio de la oscuridad que reinaba tras mis párpados. Y lo admito, me asusté, me asusté tanto que corté la comunicación que había entre Musa y yo quitando las manos de su sitio y abriendo los ojos de par en par.

Iba a preguntar lo que había sido eso a Musa, pero lo que vi en su cara me frenó. Había miedo en ellos, su cara había palidecido, parecía la cara de la que había visto a un fantasma o a la muerte misma cara a cara con ella.

Arioch fue a socorrerla cuando hizo el amago de marearse.

- ¿Qué ha pasado? –le preguntó preocupado el demonio, desde que le conocía nunca había visto tanta emoción en su mirada, debía suponer algo la vida de Musa.

- Muerte, la muerte se dirige hacia aquí. Oh dios, estamos perdidos… nos encontramos colgando sobre un precipicio y pronto caeremos al más oscuro abismo... No hay escapatoria, la muerte nos aguarda… - sus ojos se encontraban perdidos en algún lugar indefinido de la habitación y no paraba de decir una incoherencia tras otra, no se había recompuesto de lo que fuera que había pasado.


Vi lo que Arioch iba a hacer en sus ojos antes de que su mano saliera disparada hacia la cara de la nigromante, propinándole un buen revés que le volvió a recolocar las ideas en su sitio. Brusco pero eficaz, eso debía concedérselo.

La mirada de la bruja se aclaró súbitamente y atrapó con ellos los ojos del demonio.

- Se avecina algo grande y oscuro, y ella- dijo señalándome con el dedo pero sin apartar la mirada de él en ningún momento- debe estar en condiciones de hacerle frente o de sucumbir bajo su fuerza. En sus manos está todo lo que conocemos y conoceremos.

- Pero es inexperta, no sabe nada sobre el arte de la lucha, ni tan siquiera sabe lo que es.

- Eso no importa, puede aprender, debe aprender- recalcó con fuerza-. Nosotros le ayudaremos, nosotros le enseñarem...

- ¿De qué demonios habláis vosotros dos?- pregunté confundida cortando su conversación drásticamente.

Las miradas de ambos me taladraron con una intensidad nunca antes vista, y creía que sería Musa quien me respondería pero no fue así.

- Los Destinos han puesto una gran carga sobre tus espaldas, pequeña, y al parecer es nuestro deber es prepararte para que ese peso no te aplaste bajo su peso, y contigo todos nosotros también… Espero que no me defecciones…

14- Cegada por el Odio

Había estado vagando sin rumbo fijo en busca de alguien con quien desahogar toda esta ira que me corroía como si de algún ácido corrosivo se tratara y que al mismo tiempo poseía el control de cada centímetro de mi cuerpo. Era como si otra persona hubiese tomado el mando de mí y yo, mientras tanto, era como si me encontrara agazapada en algún lugar oscuro de mi mente mirando todo pero sin poder actuar.

Y sin saberlo ni quererlo pronto me vi, otra vez, en frente de la fábrica de Arioch. Intenté darme la vuelta, pero fue en vano, ese ser que se había despertado dentro de mí y que en esos momentos me utilizaba como na marioneta quería entrar y no había nada que yo pudiera hacer para impedírselo. Por lo tanto, me vi como me acercaba poco a poco, con la calma del depredador, a la puerta que conducía adentro y lo abrí. No es de extrañar que lo abriera, puesto que mi intención era entrar, lo raro o extraño fue ver que la niebla que me envolvía se solidificaba creando así una especie de mano gigante con garras que, silenciosamente, lo sacó de su lugar y lo dejo reposando en la pared.

No perdí tiempo, entré en el edificio sin hacer el menor ruido, ni siquiera el de las pisadas. Era como si no estuviera tocando el suelo, no se oía nad… ¿pero qué demonios? Efectivamente, no se oían mis pisadas, ¡porque no estaba tocando el maldito suelo! Mis piernas se encontraban posadas encima de la niebla, quien me sostenía y me movía como si creyera que mis piernas no eran suficientemente silenciosas para lo que él tenía en mente.

Fue entonces cuando la ira que me había poseído, habló a través de mi boca utilizando mi propia voz pero teñido de furia y odio.

- Ven aquí, apestoso e inmundo demonio, tengo un par de cosas que decirte cara a cara.

- ¿Qué sucede aquí?- preguntó confundido cuando se materializó ante mí momentos después, cosa que en aquellos momentos no me percaté- ¿y qué diablos haces tú en mi fábrica? La cita era para mañana por la tarde no para la noche de este mismo día.

- ¡Tú…- lo señalé con el dedo índice mientras le gritaba a todo pulmón- tú eres el culpable de todo esto, es tú culpa que ella no esté aquí, tuya y solo tuya!

- No sé de qué me acusas, muchacha, pero te juro que hoy no me he movido de aquí desde que te fuiste esta mañana - me aseguró con el ceño fruncido por la confusión, no entendía la razón de toda esta parafernalia.- He estado más que ocupado telefoneando a todos mis contactos para conseguir algo de información en beneficio de la muchacha mimada, que serias t…

- ¡No me llamo muchacha, me llamo Diana! Estoy harta de que me llames niña, muchacha, estúpida o algún diminutivo insultante. ¡Tengo mi propio nombre, por el amor de dios, y será mejor lo empieces a utilizar!- tal era mi enfado por esos motes tan desagradables que la niebla que me envolvía los pies en lugar de mi sombra volvió a formarse y solidificarse hasta convertirse en una fuerte y grande mano que se movió a una velocidad de vértigo.En un abrir y cerrar ya lo tenía aprisionado contra la pared con su oscuro puño alrededor del cuello de la camisa de Iron Maiden que llevaba en aquellos momentos, alzándolo del suelo. Era impresionante la fuerza y velocidad que mostró, me quedé perpleja y no hice nada para impedirlo por la sorpresa del conocimiento de que ese poder pudiera ser parte de mí, de lo que ahora era.

En esa posición era difícil hablar y mucho menos respirar con normalidad, como pude ver en la cara enrojecida de Arioch. Intentó forcejear, de liberarse de ese agarre de hierro, pero no hubo resultados. Siempre que intentaba algo un tentáculo de niebla salía de su escondrijo y lo apresaba hasta que al final acabó con cada parte de su cuerpo envuelto en mí tiniebla. No podía mover ni siquiera el dedo meñique.

Lo miré a la cara y vi en sus ojos reflejados el asombro por el poder que poseía “la inútil muchacha”, según sus propias palabras, no imaginaba que fuera capaz de tal hazaña. La parte mezquina que había en mí se deleitaba en ello, pensando que le serviría de lección, aunque la pequeña luz que aún no había perecido ante la oscuridad de la ira quería dejarlo ir, no quería pelear. Volví a mirarlo y observé en él el conocimiento de que no tenía la fuerza suficiente en aquella situación para oponerse a mi furia a menos que quisiera ser aplastado o descuartizado por los tentáculos, según como les diese. Así pues fijando en mí su mirada murmuró.

- Si, lo entiendo, Diana.

- ¿Ves como no era tan difícil decir mi nombre?- la niebla lo abandonó por completo al mismo tiempo que la aflicción y el enfado crecían en mi- Tan fácil como hubiera sido para ti salvar a mí tía de las garras del fuego, pero no lo hiciste, ¿no? Dejaste que muriera a propósito, ¿qué puede importarle a un demonio la vida de una humana?- no pensaba que me respondería y no lo hizo, por lo tanto seguí.- Nada, no os importa ni un bledo, pero para mí era importante. Por tú culpa la única familia que me quedaba en el mundo ha muerto. Tú debías estar allí y no estabas para ayudarla. Tus manos están tan ensangrentadas con su sangre como el que provocó el incendio. ¡Te odio con todas mis fuerzas!

Sentía como la niebla se movía peligrosamente a ras del suelo hacia el demonio de la venganza y supe que no albergaba ninguna buena intención, pero él permaneció imperturbable, sin siquiera pestañear con la mirada clavada en mis ojos. No había ni atisbo del miedo que sería lo lógico sentir.

- Lo entiendo y siento tu pérdida.

- ¡No, no lo entiendes! ¡Nadie lo hace! ¡Y mucho menos un demonio! ¡Vosotros no tenéis sentimientos ni corazón, no podéis tenerlos, sois malvados y viles!

- Eso no es cierto del todo cierto, si me permites decírtelo, podemos sentir tanto o más que los humanos- me informó-. Además, recuerda que soy un demonio vengador, desde mi caída he visto como los humanos eran asesinados por los de su misma especie de las formas más imaginativas y crueles posibles y como me pedían venganza en nombre de la víctima y su corazón roto de dolor. No ha habido día en que yo no haya podido sentir junto con ellos lo que sentían por la pérdida por culpa mis poderes demoníacos. Así que sí, se de lo que me hablas, Diana, mejor de lo que me gustaría- dijo dando un paso hacia mí con las manos en alto para mostrarme que no albergaba malas intenciones hacia mi persona- Sé también que tú no me quieres hacer daño realmente, pues con mi muerte no conseguirás vengar a tu tía muerta, solo conseguirán que te maten más fácilmente los que fueron a por ella.

- Pero…- ahora la que estaba confusa era yo, lo que decía tenía cierto sentido para la parte racional que seguía habiendo en mí, aunque seguía siendo minoría.

- Nada de peros- me cortó-. El que lo hizo anda por allí regodeándose por lo que te ha hecho sufrir y viendo como matas a la única persona que es capaz de ayudarte a alcanzar tu preciada venganza. Pero en vez de levantarte de ese pozo en el que caíste, tú estás aquí, como una gatita apaleada lamiéndote tus heridas y atacando a la persona equivocada, en vez de salir allí fuera a hacer algo que realmente sirva para algo.

Era cierto, no había sabido ver a través de la ira y el odio quienes eran o no sus aliados. Había estado comportándose como una niña, una niñita asustada en busca de algún culpable, y él había tenido la desgracia de cruzarse en mi camino en ese desagradable momento.

Todo el enfado fue aplastado y apartado por el sentimiento de vergüenza, dolor y aflicción para ser revisado en otro momento más apropiado que aquel. Las cosas se veían mejor, más juiciosamente cuando la herida no era tan reciente. Y es que esta era una de esas heridas que dejan una cicatriz que ni con todo el tiempo del mundo podría borrarse, pues no era fácil olvidarse de toda una vida compartida con aquella mujer que había sido como una madre para mí en ausencia de mi verdadera madre.

Toda esa fuerza imparable que no tenía ni límite ni contrincante se fue apaciguando, se fue desvaneciendo poco a poco, hasta dejarme temblorosa, débil y sola, más sola que nunca. Entonces se me vino encima todo lo que la pérdida representaba para mi futuro. Mis piernas perdieron agarre y me hubiera caído si no hubiera sido por él, quien me cogió en volandas antes siquiera de llegar a tocar el suelo.

Lo miré a la cara con mi visión nublada por las lágrimas de pérdida que se derramaban de ellos, y me sentí segura entre sus fuertes y cálidos brazos. En aquellos momentos me pareció la persona más hermosa y bella que había visto jamás en mi corta existencia. Con esos ojos oscuros que me miraban con comprensión y compasión y no con crítica y desprecio, con ese pelo siempre despeinado que me recordaba las charlas matutinas con mi tía, y con esos labios…

Enterré mi cabeza en su duro pecho, sin importarme de si se lo manchaba, queriendo desterrar esos pensamientos, ese no era el momento idóneo ni era la persona adecuada, ¿no me acordaba con que hostilidad e indiferencia me había tratado hasta el momento? El agradecimiento se me había subido a la cabeza confundiendo mis sentimientos, eso era, además la muerte reciente de mi tía tampoco ayudaba mucho. Debía ser eso la causa de esos pensamientos, ¿no?

- Gracias – le dije entre sollozos- y siento todo este drama y lo de ya sabes- hice como si alguien me agarrara de la camiseta – yo…

- Olvídate, esto es parte de mi deber, eso es todo.

- Ya pero…

- No fue nada, me he visto en peores situaciones y he salido peor parado. Esto no ha sido más que un jueguecito para mí, de verdad- pero a mí no me lo había parecido un jueguecito de niños, casi lo había matado, había estado a punto de hacerlo. – Pero no me has matado, que es lo que cuenta al fin y al cabo ¿no?

- ¿Cómo has sabido que yo estaba pensando eso? ¿puedes leerme el pensamiento? – esa idea era aterradora, si eso era cierto entonces había podido oír también el modo en que había pensado sobre hace apenas unos momentos. Mierda.

Una sincera carcajada retumbó en su pecho llenando toda la sala.

- Más quisiera yo tener ese don, pero desgraciadamente no lo poseo. Únicamente me he limitado a leer tu lenguaje corporal y hacer un par de deducciones, los milenios de práctica.

Un suspiró de inmenso alivió salió de mis labios nada más oír esa afirmación, no había sabido que había estado reteniendo la respiración hasta el momento en el que lo solté todo en aquel suspiro. No sabéis el peso que me había quitado ese conocimiento, ya que hubiera sido difícil convivir con un guardaespaldas, o escudo o lo que fuera que fuera, que sabía cada uno de mis pensamientos. Y eso no tenía ni la menor gracia, aunque al parecer a él sí que le hacía mi alivio.

- ¿Qué? ¿Escondes algo que yo deba saber? ¿algo jugoso?- sabía que estaba intentado animarme el ánimo con sus bromitas, pero aún así…

- Bésame el culo- le respondí altivamente mientras me ponía en pie.

- Si la dama lo desea, todo porque no saque de paseo a su perrito- hizo una de sus reverencias burlonas.

- Vete a tomar por culo- y me di la vuelta en dirección a la habitación en la que me había despertado días antes sin siquiera pedirle permiso, necesitaba un lugar en el que dormir para aquella noche, y había sido él quien había intentado retenerme allí cuando nos conocimos por mi seguridad. Además, si había cambiado de parecer y ahora si se daba el caso de que le importaba eso se podía ir a freír espárragos por mí. No tenía la intención de dormir en la calle y, aunque esto no fuera un hotel de cinco estrellas, había un cómodo colchón y cálidas mantas. Los cuales eran lo único que necesitaba en aquellos momentos.

Atranqué la puerta una vez dentro, quería un poco de soledad e intimidad para estar sola con mi luto. Me senté en la cama y empecé a recordar cada imagen que tenía de ella, cada recuerdo, cada insignificante detalle y los almacené en un lugar seguro dentro de mi mente, donde ni el tiempo ni la lejanía podrían borrarlos jamás. Todo su amor, todo su cariño se quedarían conmigo aún después de haber muerto, de aquella forma, mi objetivo, el cual consistía en hacer justicia con su muerte, no se enturbiaría nuevamente por el odio y la rabia.

No sé en qué momento de aquel arduo trabajo se me empezaron a cansar los ojos, a empezar a pesar tanto que se me cerraron súbitamente y no pude volver a abrirlos nuevamente. Pronto me encontré en un mundo lleno de vivos colores donde ningún dolor podía alcanzarme, donde mi tía todavía seguía con vida a mi lado y nadie podría hacerme daño tanto físico como psicológicamente.

El sueño es un maravilloso regalo para todos los seres vivos, ¿no lo creéis? Pero como todo, alguna vez debe terminar para poder seguir adelante en la vida. Y algo me decía que sería mejor descansar mientras podía en el abrazo reparador del sueño, pues el día de mañana sería muy movidito. Una vocecita me advertía que esa cita traería consigo más cambios y líos en mi vida, que ya de por sí estaba servida de esos dos componentes.

Pero el mañana, mañana es y yo ahora tenía sueño. Así que disculpadme pero he de dormir si quiero rendir a día de mañana.

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