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9- La voz en la noche

Diana…

Alguien me llamaba.

Me caí del sofá con estrépito a causa del susto despertándome de sopetón en medio de la noche, exactamente… las tres de la noche. Nunca había gozado de un buen despertar que digamos, y para dar pie a esa afirmación no había más que ver mi cara adormilada y mi andar tambaleante, el haber despertado tan drásticamente no ayudaba para nada.

Maldita sea, ahora no conseguiría volver a reconciliar el sueño en lo que quedaba de noche, pues una vez despierta no puedo volver a las placidas manos del sueño, soy incapaz de volver a dormirme.

Miré a mi alrededor para situarme un poco, pues siempre me despertaba un tanto desorientada. Allí estaban las otras, dormidas a pierna tendida en sus respectivos sofás hablando en sueños, roncando como el mismísimo oso Yoghi o cayéndoseles la baba como nunca había visto. Como me gustaría a mí volver a estar así y no despierta a deshoras.

Entonces me acordé de la voz que me despertó en medio de la noche y recorrí con la mirada los de rededores, sin encontrar más que la típica suciedad que envolvía el local y los bultos que formaban mis compañeras bajo las delgadas mantitas. Nada que pudiese haberme llamado.

Diana…

Di un respingo al volver a oír a aquella desconocida voz formulando mi nombre en la oscuridad. Empecé a asustarme seriamente. No soy de esas que se asustan fácilmente, no hay más que decir que las pelis de terror me dan gracia, pero esto era diferente, esto era real. Y en la vida real el peligro puede ser mortal.

- ¿Quién anda allí?- susurré en consideración de mis compañeras, no quería despertarlas.

Por un momento no hubo ninguna respuesta por parte de la misteriosa voz y empecé a hacerme preguntas, a cuestionarme a mí misma, hasta el punto de creer que era muy posible que me lo hubiera imaginado todo. Siempre he tenido un mal despertar, y empezaba a achacárselo a ello, cuando volví a oírlo alto y claro.

Ve fuera…

Miré nuevamente hacia mí alrededor rápidamente. Nada. No había nadie allí, pero aún así oía una la voz, una la voz que me pedía que fuera a la calle. ¿Debía ir? ¿Debía hacerle caso a la voz de un desconocido? ¿Podría ser una emboscada como lo fue lo del callejón? Pues ya no me creía que todo eso fuera pura casualidad. Aunque me reusara a pensar el por qué de todo aquello. Además, viendo mis recientes experiencias, era de suponer que nada más salir me encontraran de nuevo esos atacantes y me volvieran a zurrar.

Eso es lo que siempre pasa en las películas ¿no? Una chica indefensa oye un ruido en la calle, sale para ver qué es y, pum, está muerta nada más salir de la puerta. ¿No dicen que la curiosidad mató al gato? Yo pensaba preservar mi vida, aunque tuviera curiosidad de saber lo que estaba sucediendo estos días a mi alrededor. Y, por ello, mi mente racional me dictaba que me quedase donde estaba, a salvo de todo mal entre las cuatro paredes.

Pero extrañamente, sin yo quererlo ni desearlo, me encontré dirigiéndome hacia mi bolso y sacando las llaves que abrirían la puerta que me dirigirían a la voz. ¡Pero qué estaba haciendo! Intenté volver a sentarme, pero mis piernas no me respondían, era como si tuvieran iniciativa propia. Por más que lo intentara mi cuerpo no respondía a mis órdenes, era como si alguien me moviera como si de una marioneta se tratara. Para, esto estaba yéndome de las manos, debía haber una explicación lógica en todo esto. La psicología, eso es, puede que mi inconsciente quisiera mostrarme algo y que por ello había cogido el control de casi todas mis funciones. Eso era, nadie me estaba moviendo como por arte de magia, la psicología tenía una respuesta muy lógica a este fenómeno, ¿?

Puede que no fuera muy inteligente por mi parte salir, en mi defensa dejadme deciros que no tuve otra opción, pero aún así seguía poseyendo el suficiente sentido común como para meter en mi bolsillo derecho la navaja y en la izquierda es espray anti violadores antes de salir a la calle al encuentro de lo que fuera que el destino me deparaba.

La luna se encontraba brillando con todo su esplendor en su eterno trono, en lo alto del firmamento, rodeada con su oscura capa llena de esas hermosas perlas llamadas estrellas. Me di una guantazo mental, ese no era momento de maravillarse con la noche por muy bonito que fuera, debía recordar el motivo por el que me encontraba aquí, la voz.

- Aquí estoy, ¿quién eres?- pregunté a la oscuridad que me envolvía, pues por más que la luna estuviera llena seguía reinando la oscuridad.

- Digamos que soy un amigo tuyo- respondió la misma misteriosa voz que había oído antes entre las sombras.

- Pues si tan amigo eres, ¿por qué tanto miedo a mostrarte?- empecé a maniobrar para sacar mi navaja.- ¿tienes miedo de mí?

Una profunda carcajada se oyó desde mi izquierda. Juraría que momentos antes se encontraba en la otra dirección quien quiera que fuera mi interlocutor, nadie es capaz de correr tan rápido y menos sin hacer el menor ruido que me alertara de ello. En la oscuridad debí haber confundido la ubicación solo eso, no había nada raro en el asunto, todo tenía una explicación.

- No es miedo lo que me mueve, aunque si un sentimiento igual de poderoso- dijo cuando se hubo tranquilizado lo suficiente para hablar con voz moderada, dando un paso adelante para que la luz de la luna me mostrase su presencia.

No esperaba que fuera tan joven. Calculé que a lo sumo tendría veinte años, dos años más que yo, y su rostro era de una belleza austera e impresionante. El cabello, ondulado y de color rubio claro casi pajizo le caía sobre la frente. Tenía unos labios carnosos y bien definidos, y la nariz dibujaba un delicado arco, parecido al de los bustos de muchas esculturas. Pero los ojos… un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

Esos ojos, de ningún color y al mismo de todos los colores, no eran los de una persona normal, los ojos normales no cambiaban de color. Pero había algo familiar en ellos…

Retrocedí un paso.

- No debes temerme, no albergo ninguna intención de lastimarte, nada más lejos de la realidad - alzó las manos para mostrarme que no tenía nada en ellas, con la intención de tranquilizarme-. No lo tuve antes ni lo tengo ahora- la sinceridad se traslucía en sus palabras, aunque intuía que se guardaba algo entre las manos.

Dio un paso adelante hacia mí con las manos en alto aún, pero volví a retroceder.

- ¿Qué quieres?- exigí.

- Lo quiero todo, quiero todo lo que una vez desee, quiero todo por lo que tanto luché, quiero todo por lo que tan injustamente me castigaron, pero por ahora me conformaré con hacer algo por ti y por mí, para los dos.

Volvió a intentar a acercarse mirándome con esos sorprendentes ojos, unos ojos que me suplicaban que le dejase acercar, unos ojos que me recordaban a…

Corté de cuajo ese hilo de pensamientos en cuanto sentí que se encontraba a escasos centímetros de mí. Intenté retroceder pero me encontré con que la pared me tenía aprisionada, no había a donde escapar y él lo sabía.

Una media sonrisa se dibujó en sus comisuras, una sonrisa que le hubiera quitado la respiración a cualquiera mujer, y yo no era un caso aparte. Además, su alarmante cercanía no hacía más que empeorar las cosas. Mi corazón empezó a bombear con una rapidez y una fuerza dolorosa, y por poco empiezo a hiperventilar si mi estimada mente racional no me hubiera recordado lo valioso que es aspirar y expirar con regularidad para no marearme en presencia de un desconocido tan apuesto.

Dios mío, el gobierno deberían aprobar una ley en la que se prohibiera ser tan guapo y acercarse de aquella manera a una chica con las hormonas tan alteradas como las tenía yo en medio de la noche.

- No te acerques- mi voz no me salió con tanta fuerza como realmente deseaba, porque lo deseaba, ¿no? apenas era un tembloroso susurro que estaba desprovisto de toda convicción.

- Dilo con más convicción y me iré- sonrió traviesamente, ya casi lo tenía encima.- A menos que lo quieras…

Os juro que intenté decirle que se fuera por donde había venido, lo intenté con todas mis fuerzas, pero siempre que habría mi boca nada salía de ella. Para cuando me di cuenta ya se encontraba a centímetros de mi persona. Acercó esos carnosos labios a mi oreja muy, pero que muy despacio, supuse para darme tiempo para hacerme a la idea y si quisiese apartarme. No lo hice.

- Hay muchos que te buscan por diversas razones, algunos para protegerte, otros para matarte por venganza u otra estúpida razón, otros para utilizarte para fines personales y hay quien para atraparte para chantajear - me susurró.

- ¿Y tú a qué grupo perteneces, si se puede saber?

- La pregunta ofende- sus labios rozaron mi lóbulo derecho haciendo que me estremeciera- ¿no crees que si mi deseo fuese matarte ya estuvieras criando malvas?- su mano me acarició la mandíbula- No, como te dije no quiero hacerte daño, quiero ayudarte.

Era cierto, sabía que no mentía, yo ahora podría estar muerta, pero en cambio me encontraba charlando con él plácidamente. Lo sabía dentro de mí, como quien sabe que el sol saldrá de este o que no había favor que no tuviera un precio, y sabía que este tenía, y uno grande además.

- ¿Qué te propones?

- El proceso de transición puede ser lento y largo, tu ya estas padeciendo algunos de los cambios- dijo pensativo mientras no dejaba de acariciarme.

- ¿De qué puñetas me hablas?- le solté brusca, no me gustaba ser el foco de tanta atención.

- ¿No has sentido últimamente que tu visión nocturna ha mejorado? ¿Qué eres capaz de percibir cosas de tu alrededor que los otro no pueden? ¿No has hecho alguna cosa fuera de lo común? ¿Nos has visto algo que escapaba de toda comprensión?- me quedé pasmada, eso era exactamente lo que me había estado ocurriendo, pero era a causa de la jaqueca y porros de eso estaba segura- No, no ha sido por culpa de los porros ni el alcohol ni la jaqueca- era como si me leyera la mente-. Yo solo quiero ayudarte en el cambio, acelerarlo, así, si sucediera cualquier cosa, estarías preparada para defenderte.

Dio un paso atrás mientras cogía mi mano derecha e hincaba una de sus rodillas, en una pose muy típica en la antigüedad. Me miró fijamente a los ojos antes de inclinar su cabeza para darme un beso en el dorso de la mano a la antigua usanza sin apartar en ningún momento sus ojos de mí.

Entonces lo sentí, mi mano ardía con si lo hubiese metido en lava ardiente y se estuviese quemando poco a poco. Esa sensación se trasladó a todo mi cuerpo en cuestión de segundos. Pronto mis piernas no tuvieron ni fuerzas para sostenerme en pie ni un minuto más y me desplomé, cuan larga era, en el suelo entre convulsiones.

Soltó mi temblorosa mano, yendo con él todo el calvario, y levantándose se inclinó para decirme unas últimas palabras.

- Siento esto que me he obligado a hacer, créeme era lo mejor. Mañana al despertarte todo será distinto, el cambio habrá concluido.

- Hijo… de… pu…- no era capaz ni de crear una frase coherente entre tanto castañeo de dientes, convulsiones y de más.

- Lo sé- dio media vuelta y empezó a irse- Pronto nos volveremos a ver.

Esas fueron sus últimas palabras antes de desaparecer dejándome tendida en el suelo preguntándome qué era lo que me había hecho y qué era aquello lo que iba a cambiar a día de mañana.

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