BienVenidos

13- Grabado a fuego

Había releído la carta una docena de veces desde el momento en el que abrí el sobre con la esperanza de que su contenido cambiara de un momento a otro, con la esperanza de que no fuera cierto lo que mis ojos leían en él. No quería admitir las verdades que se escondían tras esas ponzoñosas palabras y es que… ¡habían secuestrado a Laida por mi culpa! Alguien, que se hacía llamar anónimo, quería algo de mí, de eso estaba más que segura, y para ello utilizaba a uno de mis amigos cara coaccionare llegado el momento de coger lo que deseaba de mí.

Además, esa persona sabía que no era hum… que era distinta a los demás, me corregí mentalmente, pues debía hacerme a la idea de que no era la misma de antes, una idea que empezaba a hacerse cada vez más y más evidente a cada rato que pasaba. No había más que ver que ni mi velocidad ni mi fuerza eran los de una persona corriente, era capaz de correr más rápido que el campeón olímpico y de doblar el acero sin emplearme a fondo. Hazañas que serían imposibles de realizar para cualquiera de mis amigas, pero tan insignificantes para mí desde que fui tatuada. Y como olvidarse de ese detalle como el de que me faltara una sombra a mis pies que me siguiera a todas partes fielmente como a cualquier otro. Que creyera que era diferente a los demás no significaba que me gustase serlo.

Y para colmo, quien quiera que fuera el emisor era algún tipo de ser sobrenatural que había prometido ofrecerme una muestra de su poder gran poder sobre mi vida y su sinceridad cuando decía que era capaz de matar a mi amiga si lo intentara delatar. La cuestión era, ¿qué era lo que tenía pensado hacer?

Por extraño que pueda parecer sentía que la respuesta a su pregunta se encontraba escondida tras esas palabras escritas con tanto esmero en el papel que tenía entre las manos. Únicamente debía saber encontrarlo, cosa que era más fácil decirlo que hacerlo. Nunca he sido buena con los rompecabezas, cuando era pequeña siempre los evité…

Estando sentada mirando a un papel como una idiota no me ayudaría para nada a descifrar su contenido, lo mejor sería hacer algo mientras esperaba a que llegara la hora de ir a la comisaría a declarar. Además, siempre se me habían ocurrido las mejores ideas o las respuestas a cualquier cosa cuando estaba ocupado en otra cosa.

Bajé a la cocina y, como dictaba nuestro calendario, hoy me tocaba a mí hacer el fregado, así que manos a la obra se ha dicho. Gracias a la velocidad extra que parecía haber conseguido lo de limpiar los platos se convirtió de ser algo lento y aburrido a ser algo fascinante y rápido. Parecía que mis poderes servían para algo bueno, pensé con una sonrisa en los labios.

Ya que estaba, limpié la cocina de arriba abajo hasta dejarlo impoluto en un abrir y cerrar de ojos. De aquella forma le quitaría un trabajo a mi tía para cuando despertara.

Miré mi mano tatuada con fascinación ante la idea de que gracias a él y los poderes que había despertado en mí, unos poderes que les hubiera costado un infierno aparecer de no ser por el desconocido tatuador, podría hacer que la vida de mi tía fuera lo más cómoda posible. Se lo debía, ella había arriesgado su vida al cuidar de mí cuando más lo necesite en vez de abandonarme a mi suerte como lo habría hecho mucha gente con un futuro tan brillante como lo suyo. Sacrificó todo, tuvo la oportunidad de casarse pero no lo hizo por cuidarme, pudo haber sido un magnate multimillonaria pero lo rechazó por mí, podría haber poseído una vida tranquila pero prefirió cuidar de una niña pequeña de cinco años. Si estos poderes eran míos para lo que yo quisiera los utilizaría, sin pensármelo dos veces, en ella. Era la única que se merecía el beneficio de que yo fuera especial.

Después de limpiar la cocina, le tocó el turno a su cuarto, los baños, la sala… Toda la casa quedó reluciente a mi paso. Me encantaría haber visto la cara que puso al percatarse de ello, pero para cuando terminé con todo era hora de partir en dirección a mi cita con la policía.

La comisaría de la policía era un edificio de ladrillo situado en el centro de la ciudad, a apenas unas cuantas manzanas de mi casa. Era un edificio que su sola presencia te hacía recordar la mano dura de la ley, de que nada se escapaba de su vista. En definitiva, era un lugar que imponía respeto a todo aquel que se osara verlo. La entrevista sobre la desaparición de mi amiga tuvo lugar en un cuarto gris claro con una gran mesa blanca y unas sillas de plástico muy incómodos, de esos que te dejan el culo plano. El jefe de policía, que se llamaba Henry Ramírez, el hermano mayor del agente Ramírez que llamó a mi casa según supe más tarde, era un hombre calvo y regordete vestido con unos pantalones negros y una camisa blanca de manga corta. Sus ojos grises parecían blanqueados con lejía. Se sentó enfrente de mí y me hizo las preguntas en voz baja, mientras tomaba nota sobre todo lo que decía.

- ¿Cómo dices que conociste a la desaparecida?- empezó a preguntar con voz neutral, sin traslucir ningún tipo de sentimientos.

- Teníamos alguna que otra clase juntas-admití-, además, fue ella quien me preguntó si quería ser parte de su cuadrilla, le debo mucho.

- Has dicho teníamos, ¿me podrías decir por qué del uso del pasado?- preguntó frunciendo el ceño.

- Claro, como bien sabes las dos hemos terminado el bachillerato y como cada una va a estudiar una cosa diferente, ella periodismo y yo derecho, no volveremos a tener clases juntas.

Asintió y apuntó algo más en la libreta que tenía en la mano.

- ¿Cuánto tiempo lleváis siendo amigas vosotras dos?- quiso saber sin dirigirme la mirada, estaba demasiado centrado en sus notas.

- Podría decirse que desde hace dos años, cuando entre en el instituto y me tocó que sentarme con ella en clases de economía.

- Interesante, y ¿desde entonces no has tenido ninguna disputa con ella? ¿Por algún chico, porque se había ido de la lengua o algo por el estilo?

- No, que yo recuerde nunca nos hemos enfadado por ninguna razón, como ya te dije le debo mucho, cuando estaba sola, sin ninguna amiga,- y al recordar ese episodio oscuro de mi vida bajé la mirada para ocultar el dolor del recuerdo- fue ella quien me ofreció una mano amiga en la que agarrarme. Las cosas así, tengo más cosas que agradecerle que reprocharle. Laida es una de las mejores personas que conozco.

En ese momento, la cara del jefe de policía cambió por un segundo al oír mis palabras que trasmitían la soledad en la que tuve que vivir por mucho tiempo. Lo que al principio era un hombre frío como el hielo, que sospechaba de mis palabras, terminó por convertirse en un hombre que sabía lo que se sentía al estar solo, como pude ver tanto en su aura como en sus sentimientos él también vivió algún que otro abuso por parte de sus compañeros cuando era más joven. Comprendía lo que se sentía, comprendía la soledad en la que viví. Eso era un punto a favor mío.

- Lo siento- su voz se ablandó un tanto- esto debe ser duro para ti, al fin de cuentas es tú amiga, si quieres podemos posponer esta conversación para otro día.

- Sí, pero tranquilo- le contesté con una sonrisa triste-no es necesario, hazme las preguntas que has de hacerme para ayudar a encontrarla. Haré lo que sea para atrapar al malnacido que la haya secuestrado y traerla devuelta- estas últimas palabras no iban dirigidas a él sino a ella, ellos nunca podrían encontrar al culpable por la simple razón de que él no era humano y, de encontrarlo, estaba más que segura que ninguno de ellos sería rival para ningún ser sobrenatural. No estaban preparados para ello, pero yo sí y pensaba hacer algo para ello aunque me fuera la vida en ello, le debía ese esfuerzo por lo menos.

- Está bien- sentía que había conseguido algún que otro punto a sus ojos- ¿Dónde estabas la noche que desapareció?

- Estaba en la fiesta de la playa, en la misma fiesta que ella.

- ¿Hablaste con ella?

- Sí, estuvimos hablando sobre lo bien que habían montado la fiesta nuestras amigas, Ruth y Martina, también estuvimos bromeando, cotilleando y charlando. Cosas típicas de chicas vamos.

- ¿Y no viste nada extraño? ¿Algo que nos pueda servir para algo en la investigación? – preguntó sin muchas esperanzas.

- La verdad es que sí- la sorpresa era notable en su cara- Cuando terminó el concierto la vi hablar con un tipo que me dio mala espina. Iba ir a por ella y alejarla de él cuando un chico me tiró el trago encima y me volvía para propinarle un empujón por patoso. Para cuando me volví ninguno de los dos se encontraba allí.

- ¿Recuerdas algo de ese chico?- preguntó más atento que nunca, estaba sintiendo que por fin había logrado una pista válida que echaba por tierra la teoría que había propuesto un compañero suyo de que se había escapado por voluntad propia de casa.

- No veo muy bien de lejos, puede preguntárselo a mi oculista si quiere. Desde hace un par de años necesito utilizar gafas para leer la pizarra y ver películas en el cine. Por lo tanto, no pude verlo bien- vi como toda sus esperanzas se desmoronaban, así que intenté recordar alguna cosa que le sirviera para algo- Espera me acuerdo de algo, ese chico, que tendría unos cuantos años más que nosotras, iba vestido completamente de negro y aunque llevaba una capucha que le escondía la cara desde donde me encontraba, por alguna razón me pareció vagamente familiar. ¿Eso os sirve de algo?

- Es posible, no tengo más preguntas para usted por ahora, puede irse, pero si recuerda algo…- me ofreció su teléfono.

- Descuida, se lo haré saber sin demora, de eso no tenga duda.

El jefe de policía parecía un buen tipo, de los que daban todo en su trabajo y se exigían aún más a sí mismos. Estaba segura de que estaba haciendo todo lo que podía para encontrarla viva, por ello me dolía tanto omitir el hecho que el secuestrador se había comunicado conmigo recientemente. Por más que me cayera bien el policía contarle todo lo que sabía no me serviría para nada si por ello mataban a mi amiga.

Con eso en mente cerré el pico y sin decir nada más que pudiera perjudicarla más aún salí de la comisaría a toda prisa a casa. Había empezado a oscurecer desde que había entrado en comisaría, el hecho de que me habían hecho esperar más o menos una hora, pues tenían a mucha gente que entrevistar, antes de que por fin llegara mí tiempo. Y luego debía sumar todo el tiempo que duró la entrevista haciendo una y otra vez las mismas preguntas formuladas de distintas formas hasta que conseguí ablandar el corazón del jefe y me dejo salir después de unas horas. Entonces era normal que hubiera anochecido en el tiempo que pasé allí dentro.

Empecé a andar hacia mi casa sin prisa pero sin pausa, quería estar por un momento a solas para poder asimilar el hecho de que por mi culpa mi amiga estuviera en apuros, por el ser en el que me había empezado a convertir desde que Algol se estrelló contra mí en el parque. No era justo que ella pagara por lo que yo era, no era justo que debiera sufrir por algo que yo poseía, no era justo que la utilizaran por ninguna razón existente ella únicamente era una persona normal que no sabía nada en absoluto de la verdad. La sola idea de que le hubieran podido hacer algo hacía hervir mi sangre de impotencia por no poder hacer nada más que esperar a la señal que Anónimo me había prometid…

¿Qué estaba pasando? Mi vista, la cual había mejorado notablemente como todos mis demás sentidos (ahora no necesitaba las gafas que me había obligado a utilizar mi oculista), captó algo que no encajaba en una ciudad. Por alguna parte delante de mí se alzaba una inmensa columna de humo. Eso únicamente podía significar una cosa en una ciudad como esa y el sonido de las sirenas de los bomberos que corrían hacia esa dirección le afirmó sus peores sospechas… un edificio estaba en llamas.

Cuando llegué a la altura de la catástrofe me quedé paralizada por lo que mis ojos vieron ante sí, no era cualquier casa el que se estaba abrasando por las temibles y mortíferas llamas del fuego, ¡sino mi propia casa! La casa que me había visto crecer, la casa que me acogió cuando necesite un techo sobre mí, la casa en el que tantos buenos recuerdos albergaba se había reducido prácticamente en cenizas.

Nunca olvidaré tampoco, como vi que los bomberos sacaban un cuerpo carbonizado de la casa y lo depositaban en una camilla que se apresuró en llevarlo a la ambulancia que acababa de llegar al lugar de la desgracia. Corrí hacia el camión con mis nuevas dotes, precipitándome al interior. No necesitaba echar una mirada a su cuerpo para saber que estaba muerta, el hedor de la muerte era más que perceptible para mí en el ambiente, pero no quería admitirlo, no podía admitirlo, ella no podía estar muerta, ella era lo único que me quedaba en el mundo. Intenté convencerme que tanto mi nuevo y mejorado olfato como mi super vista se equivocaban, que había una oportunidad para ella, que los médicos conseguirían salvarla. Al fin y al cabo, para algo servirían todos esos adelantos tecnológicos, ¿no?

Depositando todas mis esperanzas en aquellos especialistas vi como con sus crueles manos los reducían a cenizas como mi casa. Los miré a la cara para saber su veredicto y vi como todos los médicos allí presentes negaban con la cabeza y le tapaban la cara con una manta blanca a mi tía abuela.

El mundo se tambaleaba, sentía como lo único que me había mantenido con vida se desvanecía. El último pilar de mi vida había sido asesinado cruelmente. Como había ratificado Anónimo, su cara carbonizada se grabaría a fuego en mi mente, así como la destrucción del único hogar del que tengo algún recuerdo. Estaba más que segura que esas imágenes me acompañarían para el resto de mi nueva existencia.

Me alejé de todo ese tumulto de humanos como un alma errante, ya no me sentía parte de ellos, no sabía hacia donde iba ni me importaba, ya nada importaba. Volvía a estar sola en un mundo cruel y esta vez nadie me ayudaría a salir de este oscuro abismo. Las únicas personas que me ayudaron se habían ido de mi vida para siempre, dejando un vacio en mi interior, un vacio que solo un sentimiento podría llenarlo, un sentimiento tan intenso y tan destructor como lo era el amor al ser amado… la sed de venganza.

En ese momento toda mi vida cambió para mí ante unos ojos anegados de lágrimas de furia, todo lo que antes tenía sentido ya nunca más lo tendría y lo que entes no tendría cobraban significado para mí. Y es que me di cuenta que mi destino no era el ser amada, sino traer desgracia a cualquier lugar que iba, pues todas las personas que estaban a mi alrededor morían porque estaba maldita, por allí mis infernales poderes y mi falta de sombra. Esto era un castigo divino por no ser humana, por ser algo que no puedo evitar ser.

Pero, por más que yo fuera el más vil de los seres que habitaba en la Tierra, nadie tenía el derecho de hacerles pagar a mis seres queridos por ello, no sin pagar por sus actos. Me juré en aquel lugar que mi alma, si es que todavía lo poseía, no tendría descanso hasta matar con mis propias manos a ese asesino sin escrúpulos, me juré que no habría paz para mí hasta que mis manos estuvieran manchadas por completo de su sangre. Quería venganza y pensaba cobrármela de una forma lenta y dolorosa, muy dolorosa.

Como si estuviera de acuerdo con mi decisión mi niebla empezó a fluctuar y cambiar de forma. Sentí que una nueva fuerza, nacida a partir del odio y la furia más pura, recorría por mis venas haciendo que mi sangre hirviera como nunca antes.

Había nacido un nuevo ser aquella noche, un ser que no tenía nada que ver con la chica que conocía hasta aquel entonces, un ser más frío y tenebroso que jamás había morado por la noche.

- Tía abuela Violeta tu muerte será vengado, lo juro. No importa cuánto tiempo tarde ni que deba hacer para conseguirlo, lo conseguiré por ti, por mis padres y por Laida. Quien lo hizo lo pagará- dicho eso me perdí en la oscuridad de la noche como si fuera parte de ello.

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