BienVenidos

10- Tatuajes y pasado, ¿hay algo más oscuro?

Después de que ese malnacido, aunque sea una de las personas más guapos que conozco, que se hacía pasar por un amigo y protector mío me hiciese algo extraño y sin explicaciones, o no uno lógico que yo aceptara, pues no estaba dispuesta a pensar que era obra de la magia, me dejara tirada en el suelo sin ni siquiera ofrecerme una mano amiga para ayudarme a levantarme, teniendo en cuenta que fue él el causante de todo. Podría haber tenía un poco de misericordia y ayudarme en mi momento de apuro, pero no, se largó sin mediar ni una palabra más hasta desaparecer ante mis ojos por uno de los callejones de allí.

Y os preguntareis como me encontraba después de sufrir el peor calvario de toda mi corta vida. Dejadme antes especificar mediante ejemplos y preguntas lo que siento. ¿Os habéis quemado alguna vez con el fuego mientras hacíais tonterías con las cerillas o el mechero? ¿Te has quemado mientras planchabas o cocinabas algo? Duele un infierno, a que sí. Pues imaginad ahora ese mismo dolor que sentisteis aquel día, ese escozor, que te deja como recordatorio de su peligrosidad, pero multiplicado por mil y por todo tu cuerpo, en especial en tú mano derecha. Ese era el calvario que sentía, ¿duele verdad?

En resumidas cuentas, me encontraba, como supondréis, hecha una piltrafa humana, apenas capaz de sostener su cabeza entre sus hombros y mucho menos de sostener todo su cuerpo con mis endebles piernas.

No sé cuánto tiempo transcurrió antes de que el dolor empezara a menguar poco a poco. Fue un alivio poder erguirme de nuevo de aquella humillante postura, no sin cierto dolor al principio. Uno aprende apreciar pequeñas cosas después de un episodio como el que me acababa de ocurrir. Así que, no os extrañéis si empecé a dar saltitos de alegría cuando me di cuenta que podía moverme nuevamente. Lagrimas de felicidad salían de mis ojos a borbotones de mis ahora húmedos ojos verdes. Una risilla un tanto histérica brotó a causa de la emoción de no haber perecido en ese dolor.

Y hablando de dolor… aunque todas las otras partes de mi cuerpo me habían dejado de doler considerablemente, mi mano derecha no había dejado de guerrear en mi contra, seguía doliéndome en el dorso de la mano, donde antes el desconocido había posado sus delicadas, suaves y dolorosos labios. Alcé la mano para ver con mis propios ojos qué era lo que me había hecho que me doliera tanto y me quedé petrificada por el asombro, la sorpresa y la confusión. Y no era para menos, ¡mi dorso había sido marcado por un tatuaje! ¡¿En qué momento había tenido tiempo para hacerme un tatuaje?! Que yo supiera no me había desmayado ni una vez en lo que duró esa horrible tortura y él no había desplegado sus labios de mi dorso en ningún momento. Podría ser que… no, la magia no existe, todos lo sabemos. La ciencia lo había demostrado con creces que no era más que material para una novela de ficción, pero aún así…

Rechacé tales funestos pensamientos en el mismo oscuro, solitario y alejado rincón de mi mente, junto con mis otros sucesos extraños de esos días y mi oscuro episodio en mi antigua cuadrilla. Antes, cuando ni siquiera conocía a Laura y las otras chicas y chicos, tenía otras amigas, si así es que se les puede llamar, con las que pasaba el rato. Al principio todo fue de perlas, nos llevábamos bien, yo no me metía en líos y procuraba no contradecir a nadie. Es decir, era una persona neutral, y como tal pensaba que en esa posición nada malo podía ocurrírseme. Cuan equivocada estaba.

Un día como otro cualquiera salí con las amigas, con la única diferencia de que en esta ocasión, a diferencia de los anteriores días, todos evitaban hablarme. Siempre que iba a donde ellas se encontraban charlando tranquilamente cortaban de cuajo lo que estaban diciendo en el momento y evitaban mirarme, como si no existiera, o peor aún, como si fuera una leprosa. Fue una época mala, me sentía muy sola, no tenía en quien confiar, pues mis antiguos confidentes de pronto se habían vuelto contra a mí y cada vez encontraba más veneno que consuelo en sus palabras.

Pronto empezaron los motes, los insultos y hasta algún que otro poema ofensivo que se me quedaron grabados a fuego en mi memoria. Espero que no os importe que lo recite para vosotros, pues necesito desahogarme con alguien. Así decía: La sombra que viene/ la sombra que va/ la sombra que nunca te abandona/ aunque más quieras/ ¿Quién será?/ empieza por D y termina por A.

No sabéis como duele aquello, o puede que alguno de vosotros sí que lo sepa, y me compadezco de él, ese dolor no le aguardo ni a mi peor enemigo. El dolor del alma es más profundo y más difícil de cicatrizar que el físico. Fue en esa época que empecé a vestir de negro, como muestra tangible de mi dolor y mi sufrimiento, y fue cuando por primera vez que me llamé Black Cat, pues a mi paso todos se alejaban como si trajera la desgracia a cuestas. No hubo una noche que no pasaba en vela llorando sin descanso. Apenas dormía ni comía, hasta el punto que mi tía se asustó y todo, y aunque quiso sonsacarme lo que me sucedía nunca consiguió, pues prefería llevar mi desgracia en solitario. Poco a poco dejé de hablar en clase, dejé de salir de casa, y me encerré en mi habitación rodeado de mis libros, quienes me trasladaban a un mundo mejor donde el dolor nunca llagaba.

No sé exactamente cuánto tiempo duró este suplicio, querido lector, antes de que aunara fuerzas para enfrentarme a la cabecilla del grupo, Rose, cuando no se encontraba rodeada de su sequito de ovejas y preguntarle el por qué de su odio hacia a mí. Se encogió de hombros, nunca olvidaré su indiferencia hacia mi situación, cuando le formulé mi pregunta “Me dabas la lata” me contestó como si tal cosa. Me quedé confundida, ese no era un argumento válido para hacerme pasar por eso, era más bien un argumento que un niño de preescolar utilizaría para justificar sus fechorías ante su madre. Así que, aprovechando las fuerzas recolectadas, le expliqué mi situación a su segundo en mando, Leire, quien ya estaba cuestionando el mandato de Rose. Gracias a ella las cosas empezaron a cambiar para mí, las “amigas” volvían a dirigirme la palabra, y Rose se encontraba en la misma situación en la que me había encontrad yo antes.

Estando así las cosas intenté que todo volviera a como había estado antes, pero me era imposible, las cosas no podían cambiarse, pues los sucesos me habían cambiado. Ya no era aquella inocente y dócil muchacha que se dejaba pisar por todos, ya no era aquella muchacha que tan fácilmente confiaba en desconocidos. Poco a poco fui alejándome de ellas nuevamente, ya que no podía confiar en nadie que me infringió tanto dolor. Me quedé sola nuevamente.

Por fortuna, un buen día me encontré con estas alegres personas, que hoy en día tengo el honor de llamarlos amigos, que me abrieron sus brazos sin pedir nada a cambio más que mi compañía. Y yo, que casi había olvidado lo que era sonreír, me encontré de pronto riéndome a carcajadas en su feliz compañía. Nunca sabré como agradecerles lo que hicieron por mí aquel entonces, fueron mejor que los miles de psicólogos que mi tía me obligó a visitar a causa de ese trauma. Ellos se habían convertido mis nuevos confidentes, en mis nuevos amigos, en mi salvavidas en medio de ese mar tempestuoso. Puede que sea por eso por lo que los aprecio tanto.


Me di un cachete mental, aquel no era hora de indagar en un pasado ya de por si doloroso. El pasado, pasado está. Concéntrate en el problema que tenemos entre manos, me dije, debía hacer algo con ese tatuaje que misteriosamente había aparecido en mi mano. Ya podía ver el escándalo de mi tía, o el asombro de mis amigas al vérmelo, ya que siempre he dicho que jamás me haría un maldito pirsin y mucho menos una tatuaje, pues yo no era masoquista como para infringirme aquel dolor voluntariamente. Y aunque no lo había hecho por voluntad propia, cosa que ellos no creerían, seguía siendo un tatuaje muy vistoso que debía tapar de inmediato.
Todavía no os he dicho que tatuaje era el que se me había aparecido, ¿verdad? Mejor que describirlo será mostraros la imagen a mi parecer y que saquéis vosotros mismos vuestras conclusiones. Pues como algún sabio, más vale una imagen que mil palabras. Así que, sin más demora por mi parte, aquí lo tenéis ante vuestros ojos:


Si, no os confundís, es un maldito pentagrama lo que yo tenía dibujado en el dorso de mi preciosa mano. Maldita sea ese desgraciado gusano, ya de por sí me costaba convencer a la gente que no era una gótica, emo, scen o lo que sea por vestir de negro, y ahora se me aparece esta marca. Mierda. Ahora sí que me sería imposible hacerme oir y todo por su culpa.

Me juré a mí misma, que, como ratificó él, si volvía a ver a ese tipejo nuevamente le diría un par de cosas junto con un par de sopetones en toda la cara. Así, al igual que tenía un recordatorio suyo yo, tendría un bonito recordatorio de mi. Esto es una de las muchas cosas que aprendí con mis amigas, nada de si te pegas pongas la otra mejilla como una estúpida como dice la biblia y como hacía yo antes, si te daban tu devuelve el golpe, pues si no te hacías respetar en un principio las personas te comen, como me pasó a mí. Le enseñaría yo a ese quien era Diana Hope.


Cogí las llaves entre mis manos, quienes se habían caído al suelo en algún momento de aquel extraño noche, y abrí la puerta después de unos cuantos intentos fallidos, no es fácil abrirlo con una mano dolorida. Una vez dentro, silenciosamente para no despertar a nadie y echar el traste todo, empecé a buscar algo que me sirviese para tapar temporalmente el tatuaje de los ojos ajenos.

Como bien dije al principio, no es que fuera la lonja más limpia de todo el mundo. No era raro que fuera así cuando le tocaba limpiar el local al grupo de Laura, siempre les entraban la pereza y en raras ocasiones terminaban limpiando. Así que el bote siempre estaba lleno por la multa de tres euros que siempre terminaban pagando cuando les tocaba limpiar. Y como no, siempre terminaban los mismos de siempre limpiando la suciedad que les correspondía y el de los otros.

Después de haber buscado por todas partes y descartar un puñado de cosas o bien por asco o bien por miedo a que me pegara algo, conseguí lo que encontraba, una venda limpia con el que envolver la mano. Procuré que no se viera nada del dibujo y que pareciera, gracias a un bote de quechup, que me había hecho un corte en la mano sin querer. Algo debía decirle a la gente si me llegasen a ver así, pues la verdad era demasiado descabellada como para que ni siquiera yo, que lo había vivido, me lo creyera.

Me tumbé en el sofá cansada y por extraño que fuera para mí, los parpados empezaron a pesarme cada vez más y más hasta que llegó un momento en que no fui capaz de abrirlos nuevamente. No sabéis lo a gusto que acogí la llagada de un sueño reparador, donde ni el dolor ni lo extraño podía llegar a alcanzarme… ¿o sí?

0 comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares

frases tristes