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7- Soy Arioch

Me desperté tendida en una cama desconocida, en un cuarto desconocido, en un lugar desconocido lejos de todo lo que pudiera llamar familiar. Estaba desorientada y más que confundida, ¿cómo demonios había llegado a aquel lugar?
Entonces lo recordé todo, como si un rayo de recuerdos me atravesase y una luz sacase a flote todos los recuerdos adormilados que había en mi mente. Recordaba haber estado caminando por un callejón como siempre lo hacía. Recordaba haber visto a una mujer tendida en el suelo e intentar ayudarla. Recordaba que fue entonces cuando me cogieron y empezaron a pegarme como nunca antes me habían zurrado.

Sí, había sido presa de una emboscada para atraparme no para matarme, de eso estaba más que segura, si hubiesen albergado la intención de aniquilarme en aquellos momentos estaría muerta, pues me hubieran apuñalado en el corazón de ser así. Esa era la conclusión a la que había llegado gracias a toda la información que he ido recopilando sobre el tema en los libros. Luego la gente dirá que leer no sirve para nada, que errados están.

Y luego recordaba haber sido salvada por un chico guapo pero desagradable, que parecía que me salvaba no porque le importase lo más mínimo mi seguridad o mi vida sino por pura y llana obligación. Yo no era nadie importante para ser salvada por él, me lo había dejado claro con sus palabras y su mirada, ni mucho menos nadie con valía para ser secuestrada, de eso estaba más que convencida. Lo que yo no entendía entonces era, ¿por qué se molestaban tanto por mí cuando yo no era nadie? Estaba más confundida si cabe, no entendía nada de nada. Había algo que se me escapaba, una información vital, pero ¿qué sería la pieza que me faltaba?

Basta ya de pensar en el pasado y en rompecabezas que por ahora no podré resolver, lo importante en esos momentos era adivinar donde me encontraba y como me encontraba.

Me palpé todo el cuerpo en busca de alguna herida grave empezando por la cara hasta terminar en los pies. Mi ojo, el que recordaba que había estado hinchado a más no poder, se encontraba libre de ningún dolor por extraño que parezca. Mi brazo, el que en la pelea terminó roto o con un esguince como mínimo, aparte de una leve molestia al hacer mucha fuerza se encontraba bastante bien. Luego fue el turno de mis costillas, quienes tenían unas cuantas magulladuras, aunque nada grave. Y finalmente mis piernas, me levanté para comprobar si serían capaces de mantenerme en pie y así fue, aunque doliese un poco en la rodilla izquierda, seguramente me habría dado un buen golpe en la caída. Pero aparte de esos pequeñeces estaba bien, cosa que me extrañó en un primer momento, pero que pronto le quité la importancia achacándolo a mi imaginación, que al final el ataque no fue tan brutal como yo me había hecho creer.

Quitando esta preocupación de mi mente, me dispuse a mí alrededor.

La habitación estaba sumida en la oscuridad, pero al parecer mis ojos se habían hecho a ello durante mi inspección, pues veía tan bien como si hubiera luz natural en el cuarto. No le di importancia a ese hecho, lo que requería de toda mi concentración era encontrar mi ropa, ¡me encontraba en camisón! ¿Cómo había llegado a encontrarme así? ¿Habría sido ese chico asqueroso? Será pervertido, el muy… Cállate, me dije, olvídate de que te ha visto desnuda probablemente y concéntrate en encontrar el modo de salir de aquí.

Mi ropa lo encontré doblada meticulosamente en la sillita que se encontraba al lado de la cama en la que me encontraba momentos antes. Me vestí lo más rápido posible y me dispuse a abrir la única puerta, la cual se encontraba en la otra punta, de aquella pequeña habitación sin ventanas. Corrí hacia la salida todo lo rápido que mi pierna me permitió, ansiosa como estaba por salir. Tenía ya la mano en el picaporte cuando la puerta se abrió por sí misma, como por arte de magia o… por la mano de ese desgraciado. Mi cara de alegría por haber encontrado la salida se vio reducida a nada al verlo.

- ¿Qué creías que hacías?- me pregunto mi supuesto salvador con cansancio mientras se colocaba entre la salida y yo.

- Irme de aquí, ¿no es obvio?- le contesté malhumorada mientras le indicaba que se hiciera a un lado- Mi tía estará preocupada, debo irme.

- No, no lo estará- parecía estar muy seguro de aquella afirmación, cosa que yo no, y así se lo hice saber con una de mis muecas-. La llamé para decirle que te quedas en casa de una de tus amigas a dormir.

- Pero cómo…

- ¿Cómo la he convencido?- pero no fue su voz la que me contestó si no la mía propia- Es un pequeño truco que aprendí hace mucho tiempo, ¿no te parece fascínate?- dijo sonriendo con malicia.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, esa sonrisa no auguraba nada bueno. Miré a mi alrededor en busca de otra vía de escape o algún objeto que pudiera utilizar en contra de él. No había nada, la habitación estaba desprovista de todo lo que se precisa para ser una cómoda habitación, lo único que poseía era la cama y esa sillita. Entonces me percaté, esto era una celda y yo era su prisionera.

- Por fin te has dado cuenta de la situación, ¿no pequeña?- dijo cogiéndome de la barbilla para que lo mirase fijamente a los ojos.

- ¿Quién eres tú y qué quieres de mí?- le pregunté.

- Yo de ti nada, me pareces un desperdicio de tiempo y dinero- dijo encogiéndose de hombros-, pero me ordenaron que te protegiera a cualquier precio y eso es lo que haré. No saldrás de aquí hasta nuevo orden, ¿entendido?- esperó hasta que asintiera, como vio que no lo hacía me presionó la barbilla hasta hacer daño para que asintiera, para proseguir- Y respecto a quién soy yo… me llamo Arioch.

Me encanta leer, lo sabéis muy bien, en especial todo aquello que se refiera a vampiros, demonios y magia. Por ello, al oír aquel extraño nombre, lo primero que me vino a la cabeza fue la mención sobre un demonio vengador de ese mismo nombre en uno de mis libros de demonología. Me pareció sorprendente que alguien pudiera llamar a su hijo de aquella forma, y mi sorpresa debió notarse, pues una sonrisa afloró en su rostro por primera vez.

- Parece que mi nombre te es familiar, me alegra saberlo- dijo con sinceridad.

Me fijé que se encontraba ensimismado en sus propios recuerdos y en el deleite de que alguien reconociera su nombre. Por lo tanto no estaría atento a lo que yo hiciera. Aproveché el momento tan bien como pude, teniendo en cuenta que yo era una chica que no hacía mucho deporte y que el parecía que pasaba todo el día en el gimnasio tomando esteroides. Lo empujé con todas las fuerzas que fui capaz de echar mano para que diera un paso atrás y tener vía libre hacia la libertad, pero el plan no surgió como esperé. Sus manos aprisionaron las mías como si de esposas se trataran y me los retorció hasta que me sacó un lamento.

- Ni se te ocurra escapar nunca más- subrayó cada una de sus palabras con un nuevo retorcer de mis pobres muñecas- ¿Entendido?

Esta vez no le respondí, estaba demasiado frustrada, demasiado furiosa y demasiado golpeada para hacerlo. Me sentía como si fuera una gatita que ha sido apaleado demasiadas veces por sus amos, una gatita que estaba harta de que le alzara la mano en su contra sin parar, una gatita que pensaba mostrar sus mortíferas uñas de una vez por todas.

La ira me embargaba, no veía más allá de aquel extraño tipo con nombre de demonio, no era dueña de lo que hacía o sentía. En un momento estaba asustada y al siguiente me encontraba con una sed de sangre que desconocía que poseyera. Si yo fuera un dibujo animado estaba totalmente segura que de mis orejas hubiera salido humo a borbotones y que mis ojos se encontrarían tan rojos como las ascuas tal era la magnitud de mis sentimientos.

En algún momento de aquella pérdida de control, que era tan poco común en mi, pues yo era más de reprimir la mayoría de mis impulsos, algo oscuro y tenebroso surgió de mis pies a mi rescate y atacó a Arioch sin cuartel sin perder ni un segundo de tiempo.

Las manos de Arioch dejaron suelta a su presa, es decir a mi, me encontraba libre, para enfrentarse a su nuevo contrincante con los puños en alto dispuesto a abatirlo. Se desató una batalla encarnizada, una batalla campal en aquel reducido espacio en la que únicamente se oía el entrecortado jadeo de Arioch, pues su contrincante ni respiraba ni hablaba ni siquiera parecía que estuviera vivo. No sabría decir como lo sabía, pero así era.

Yo mientras tanto me caí al suelo sin fuerzas al no estar sujeta por las manos de él. Mi mirada estaba fija en aquellas dos figuras que se encontraban luchando a muerte por sus vidas. Arioch con una espada de aspecto antigua atacaba sin pausa a su rival con letales estocadas, ¿de dónde lo había sacado si antes no lo llevaba encima que yo supiera? ¿Necesitaría ir al oculista?, y esa oscura forma que no parecía sentir nada y que se amoldaba a cada estocada de su adversario, en un momento sus extremidades eran unas mortíferas hachas y al siguiente se habían convertido en temibles garras. Era un espectáculo sobrecogedor de ver.

En un momento específico, cuando consiguió situarse de espaldas a mí, Arioch volvió la cabeza para indicarme alguna cosa pero se quedó sin palabras por algo que vio en mí.

- Tú…- dijo pensativo, tiró el arma al suelo y se acercó a mí veloz como el viento. Me asusté. Levanté los brazos creyendo que me iba a hacer algo a mí, aburrido ya de su otro en mi opinión por su invencibilidad- Lo siento- levanté la cara sorprendida ante sus palabras, se veía que le costaba decir aquellas palabras por su gran ego-, siento si te hecho daño antes, yo solo quise protegerte.

En todo momento, esa sombra oscura no dejó de moverse hacia nosotros con la tranquilidad de quien sabe que tiene a su presa acorralada donde quería. El miedo se apoderó de mí nuevamente hasta paralizarme al pensar que aquel ente pudiera lastimarme nuevamente. No quería morir, era demasiado joven para morir, tenía mucha ida por delante como para arrebatármela de aquella forma.

- Tranquilízate- me pidió Arioch sacudiéndome los hombros con fuerzas-. Cierra los ojos y piensa en algo agradable- le miré sin entender nada-. Confía en mí por esta vez, ¿quieres?

Y así lo hice, más por la urgencia que vi en sus ojos que por nada más. Cerré con fuerza los ojos e imaginé que estaba en la playa, tomando el sol en mi alfombra azul con dibujos de estrellitas, la brisa alborotaba mis cabellos castaños. Era un día de lo más pacífico en aquel lugar ficticio de mi mente y esa paz y tranquilidad que se respiraba en el ambiente se instalaron poco a poco en mi interior erradicando de mí la ira y el miedo que antes me habían poseído por completo.

Unas manos se posaron en mis hombros, indicándome que el peligro se había ido por fin. El ente se había largado.

- Ya está- me susurró al oído.

Abrí los ojos y miré a su cara. En sus ojos brillaba una chispa de curiosidad apenas disimulada con su hosquedad habitual.

- Ahora entiendo por qué me dijo que no hiciera nada que te desagradase- dijo pensativamente.

- ¿Quién te dijo el qué?

- ¿Qué eres tú?- me preguntó con brusquedad haciendo caso omiso a mi propia pregunta.

- Soy Diana, Diana Hope, y quiero saber qué coño me has dado para tener semejantes alucinaciones- le ordené alzando la barbilla.

- No me refiero a tu nombre, niña tonta, ¿no sabes ni diferenciar una pregunta tan simple como el que te he hecho? Permíteme aclarártelo, se tu nombre, así como dónde vives y quienes te rodean, lo que no sé y quiero saber es qué eres- me aclaró con altanería.- No eres un demonio, si no ya lo habría sabido, ni tampoco un ángel, pues ellos no son capaces de invocar esa oscuridad, y mucho menos una humana, pues ellos han nacido sin la mácula de la magia. Por lo tanto, ¿se puede saber qué eres? – volvió a preguntarme.

- Estás loco- dije negando con la cabeza, pobre debía haber escapado de un manicomio o algo así para creer en eso, ¿no? ¿Por qué los demonios no existen verdad?

Me deshice de sus manos, quienes sorprendentemente no opusieron resistencia alguna, y corrí como alma llevada por el diablo hacia la salida mientras sus palabras resonaban en mi mente, sumiéndose ya a las preguntas que ya pululaban en el mi interior: ¿Qué había sucedido? ¿Estaba tomándome el pelo al hablar sobre ángeles y demonios? ¿Y qué había sido ese ser tan parecido a una siniestra sombra? ¿Había sido yo la que trajo eso aquí? Y de ser así… ¿qué era yo?

Había muchas preguntas, pero ni una respuesta lógica. La parte racional de mi mente no paraba de recordarme, con mucha insistencia, que todo el mundo sabía que los ángeles y demonios eran un bonito invento que la iglesia inventó para asustar y amedrentar a sus devotos, así era como trabajaban para que sus fieles hicieran todo que quisieran o no escaparan de sus garras. Hoy en día en cambio, se había convertido en un buen material para crear best-sellers junto con las historias sobre vampiros y licántropos. En definitiva, no eran más que el fruto de una mente acalorada, nada más.

Pero bajo toda esa charla racional se encontraba una minúscula vocecita que, aunque mi mente no había llegado a asimilar todo lo que me había ocurrido por temor, creía que era posible que sus palabras fueran ciertas. Y eso daba en qué pensar, pues si todo eso terminaba siendo real todo en lo que antes creía se vería reducido a cenizas. Todo mi mundo, todos los pilares que tan meticulosamente había erguido yo, al igual que muchas personas que no creían en los seres fantásticos, se desmoronaría ante mis ojos y no estaba preparada para ello, y él lo sabía.

- Ven cuando estés preparada para saber la verdad- apenas fue un susurró que llegué a escuchar mientras me perdía por el pasillo hacia la libertad.

Ingenua de mí creía que alejándome de él, dejando atrás ese extraño lugar me alejaría de lo que fuera que la verdad significaba. Yo no quería la verdad en aquellos momentos, me conformaba con seguir con los ojos vendados como lo había hasta entonces. Sospechaba que esa verdad no me traería más que problemas y rompederos de cabezas, no había más que ver mis últimos días para percatarte de ello. ¿No podía comprender que quería seguir como de costumbre sin saber nada?

Desgraciadamente la verdad no quiso desprenderse de mí tan fácilmente, esperaría agazapada como una serpiente, a la espera de ser descubierta para mostrar su verdadera cara y me daba a mí, con la suerte que tenía, que lo encontraría de la peor forma posible la peor cara de la verdad.

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