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6- Atajar No Siempre Es Lo Mejor

No sé lo que iba a decir a continuación, se me había olvidado por completo.

Creo que perdí la consciencia en algún momento, pues me encontraba tirada en el suelo de cualquier manera cuando volví en mí. Debí haber bebido y fumado en demasía en la fiesta para terminar en el suelo viendo alucinaciones como que las estrellas caían desde el cielo a por mí. Pedazo blancón debió de darme.

Me levanté del suelo tambaleante, la cabeza me palpitaba y me daba vueltas como nunca antes en la vida. Creía que de un momento a otro se me iban a explotar los sesos y que no quedaría nada más que un charco de sangre y vísceras donde antes estaba mi cuerpo.

Jamás he tenido una jaqueca de tal magnitud en todos los años que llevo bebiendo a lo grande. A decir verdad, yo soy más de esas que a pesar de beber el doble que los demás nunca tienen una resaca al despertarse a la mañana siguiente a pesar de que todos los de su alrededor estén hechos una mierda. Al parecer todas las resacas de mi vida se habían congregado hoy y habían decidido pagarme factura de una vez por todas. Y no tenía ni pizca de gracia.

Necesitaba una maldita aspirina y una ducha bien fría lo antes posible, no me imaginaba como la gente pudiera aguantar esto y aún así tener ganas para más fiesta. Yo pasaba.

Con una mano en la cabeza, como si ello me ayudase a mitigar mi insoportable dolor de cabeza, fui en dirección a mi casa con la esperanza de que mi tía abuela estuviera dormida para estas horas, que viene siendo… Miré el reloj con asombro, era la una de la mañana cuando dejé la fiesta y las dos menos cuarto cuando llegue aquí, entonces… ¿cómo demonios podría ser que ahora mismo mi reloj me indicara que eran las cinco y media de la mañana?

No podría imaginarme que pudiera haber estado tanto tiempo inconsciente, yo no era así, debía haber otra explicación más razonable para esto. Una explicación que gustosamente me abría encantado poseer, pero que desgraciadamente no sabía. Lo único que sabría con certeza era que mi tía me iba a matar.

Pronto me encontré enfrente de mi casa después de sortear unos cuantos caminos y haber cogido un par de atajos. Procuré hacer el menor ruido posible al abrir la puerta y caminé de puntillas hacia mi puerta, no fuera que la despertara a deshoras de la mañana. Era una mujer de edad, y aunque odiaba admitir no tenía el brío que recuerdo que poseía cuando era pequeña y me perseguía por toda la casa, y necesitaba descansar por su frágil salud. Era lo mínimo que podía hacer por ella.

Me di una ducha rápida y me enfundé en el camisón morado de noche que utilizaba para dormir desde que hace un año atrás, fue un regalo que me hizo ella por navidades tras oírme quejarme por mi antiguo pijama anticuado. Ella era así, siempre dispuesta a complacer a su nietecita con lo que fuera.

Entré a hurtadillas en mi habitación, una pequeña pero acogedora habitación, con las zapatillas de casa en mano tras tirar a la cesta de la ropa sucia todo lo que había llevado a la fiesta. No sabéis toda la mierda que habían recogido durante y después de la fiesta en el suelo. Espero que fueran fáciles de quitar, me gustaba esa ropa.

Debo advertiros que mi habitación no es tan distinta a la de los demás adolescentes, quitando un par de detallitos. Sus paredes eran de un azul oscuro que yo misma escogí hace tres años con la ayuda de mi tía abuela Violeta, además habíamos hecho que pintaran estrellas en el techo como si del autentico cielo se tratase, me gustaba pensar que poseía u cacho del cielo ahí retenido. Esa idea siempre conseguía sacarme una sonrisita.

Nada más entrar podías observar el caos ordenado que reinaba por completo en habitación y aunque me había ordenado que lo ordenara para mí ya lo estaba. ¿No era el orden pues saber dónde estaba cada una de mis cosas cuando los necesitara? Y yo sabía hasta donde se encontraba el pintauñas negro que compre no hace mucho, bajo la cama.

Mi desecha cama doble, me gusta el tener espacio para dormir, se encontraba en el centro arropando a mi único peluche que conservaba aún. Ese oso había pasado conmigo grandes aventuras y desventuras, me traía a la mente los buenos recuerdos de mi infancia, el señor Peludo, así era como se llamaba, un oso regalado por mis padres en mi primer cumpleaños. Era un símbolo del amor que me profesaban, por ello jamás me desprendería de él, pues sería como desprenderse de su amor, de darles la espalda para siempre. Y eso no ocurriría nunca.

A la derecha de la cama se encontraba mi biblioteca particular junto con mi mesa de estudio, mi ordenador portátil y más libros si cabe, ya que no me cabían todos en las estanterías que tengo. Libros que, en su mayoría, trataban sobre vampiros, demonios, magia y cosas por el estilo cuando no eran sobre astronomía y astrología, de los cuales tengo un par de libros por allí perdidos en el tumulto.

Al otro lado de este caos de libros, papeles y bolígrafos se encontraba el armario hecho de roble, donde guardaba toda mi ropa, y el balcón, donde se encontraba mi telescopio preparado para ver las estrellas y constelaciones.

Este era mi santuario personal, donde siempre venía a relajarme.

Fui seguido hacia mi cama, sin perder el tiempo. Nada más tocar las sabanas me sumergí en un profundo sueño…

****


Los haces luz traspasaba la ventana para posarse en mi cuerpo dormido, en un intento de conseguir despertarme de mi profundo sueño. Y vaya que lo consiguieron los muy…

Salté fuera de la cama con mi mal humor matinal de siempre, lo había padecido desde que tengo uso de la razón. Mi tía siempre me decía que me parecía a un perro rabioso por las mañanas, un perro que el solo acto de hablarle le enfurecía. Aunque estaba despierta por fin y sin ese infernal dolor de cabeza que atenazaba con atentar contra mi salud la noche anterior en el parque.

Me dispuse a ducharme concienzudamente antes de ir a saludar a mi tía abuela. Era más saludable recibir una buena bronca cuando estás bien acicalada, el aspecto era muy importante en estos casos. Después de treinta minutos bajo el chorro de la ducha me fui a la cocina y lo único que encontré era… nada, estaba sola, lo único que había allí era una nota doblada pulcramente en el frigorífico con un imán con el dibujito de una paloma, que raro, siempre que estaba enfadada o quería echarme la bronca utilizaba el imán de la luna menguante. Sí, cada mensaje tenía su dibujito, esa era una de sus manías, si era una buena noticia era un sol, si era una noticia triste una lágrima, y en este caso si era para informarme una paloma. Abrí el papelito donde la letra de mi tía me decía:



Cariño, ayer debiste haber pasado realmente bien ayer y como supongo que estarás cansada no te he despertado para despedirme. Tienes un poco de comida en el frigorífico si no he vuelto aún de mi partida de mus.


Con mucho amor:


Violeta



Tras leer esta notita podría decirse que mi tía no se encontraba nada enfadada, cosa que ya suponía por el imán. Eso únicamente podía significar una cosa, que fue realmente pronto a la cama y que por ello no se percató de mi tardanza. Al parecer, al final va a parecer que sí tenía un ángel de la guarda velando por mi seguridad y el de mis tímpanos. Y es que cuando mi tía se enfadaba… miedo daba.

Pero todo esto de su ausencia en casa y su falta de enfado, quedaban en segundo plano, eclipsados por otra cosa aún más importante y vital en comparación de los otros temas, y es que… ¿ya era de tarde y yo aún me encontraba en casa? Eso era un pecado inconcebible para mí y me dispuse a remediarlo inmediatamente.

Piqué un poco de lo que mi tía me había preparado, un plato de macarrones con queso, pero tuve que dejar la gran mayoría ya que mi estómago demandó con vomitar si ingería algo más. Sería mejor hacerle caso, pues no era nada agradable tener que estar inclinada hacia un váter vomitando hasta los intestinos, mejor no jugar con la suerte. Con el solo pensamiento de vomitar se me quitaban las ganas de comer que pudiera tener en aquellos momentos.

Así que cogí mi bolso negro, las llaves (tanto de mi casa como los de mi moto), el casco negro y salí escopetada de casa, sin ganas de estar encerrada entre las cuatro paredes ni un solo minuto más del que era estrictamente necesario. Es decir lo justo para llegar hasta la puerta y salir.

Había dejado mi preciosa moto, un Honda DN-01 negra, a dos manzanas de distancia de donde se encontraba mi casa. Los demás sitios para aparcar estaban abarrotados hasta las trancas. Pero como hoy, ni nunca, no tenía la suficiente paciencia como para tomar el camino largo para montarme en mi flecha negra escogí el camino más corto. El cual consistía pasar por un largo y oscuro callejón.

Iba yo caminando por el oscuro y maloliente callejón, ¿es que nadie se molestaba siquiera en recoger la maldita basura? Esto apestaba a mil infiernos, el hedor que desprendía el ambiente sería capaz de tumbar a un gigante en un instante. Ya podrían los basureros pasar por aquí y hacer su trabajo de una vez por todas, ¿no? Al fi y al cabo para algo les pagaban.

Tanta oscuridad me daba mala espina, ¿y si aparecía de la nada un ratón y me infectaba de dios sabe qué enfermedades? Era mejor prevenir y andarse con ojo en estos lugares, mirando donde pisas a cada paso que das para no errarlo. Me encontraba así cuando miré hacia una de las esquinas oscuras del callejón y vi a alguien, parecía herido, necesitaba mi ayuda, no podía dejarlo allí a merced de cualquier mal mientras estaba en mí poder ayudarle. Me acerqué corriendo a su encuentro sin perder tiempo.

- ¿Se encuentra bien? ¿Le duele algo?- pregunté mientras palpaba su cuerpo en busca de alguna herida grave, no había ni una, aunque nunca se sabe los daños internos que puede haber- Llamaré a una ambulancia para que le ayude, ellos te ayudarán.

- Es posible, pero ¿quién te ayudará a ti?- respondió la señora, pues era una señora bien parecida la que tenía entre manos en esos momentos mirándome con una malvada sonrisa.

Al instante de que estas palabras brotaran de sus labios, unas fuertes manos de hombres me agarraron por detrás y me alejaron de ella a rastras por el cuello cabelludo. Intenté resistirme, oponer fuerza ante esa inesperada violencia, pero fue inútil. Pronto me encontré con que los golpes volaban en mi dirección y que yo, aunque lo intentara, no podía hacer nada para impedirlo.

Por segunda vez en menos de dos días me encontraba indefensa, esto había que cambiar. Si salía de este embrollo con vida juro por la memoria de mis difuntos padres que cogería alguna clase sobre autodefensa. No pensaba volver a estar así de indefensa jamás, cueste lo que cueste.

En un momento, mientras me estaban aporreando, abrí la boca para pedir auxilio, pero una patada en las costillas me dejó sin habla, no podía ni respirar. Si esto seguía así pronto perdería la consciencia, sabía tan bien eso como que mi brazo derecho estaba roto.

Luchaba sin mucha suerte por mi vida cuando la luz que llegaba desde el callejón se eclipsó con la llegada de alguien más. No lo podía ver con claridad a través de la hinchazón de mi ojo izquierdo, lo único que fui capaz de ver a través de las piernas de mis agresores y mi ahora reducida visión desde mi lugar en el suelo mohoso, fue la alta figura de una persona, con sus anchos hombros y estrecha cintura. Cerré los ojos, pues no quería ver lo que aquellos vándalos le iban a hacer a mi rescatador. Lo iban a machacar.

Al instante el callejón se sumió de gritos de furia, miedo y de dolor, y en menos tiempo de lo que te cuesta decir “abra cadabra” todo había terminado. El silencio reinó por completo a mí alrededor, un silencio que no podía significaba nada bueno. Abrí los ojos con prudencia para ver qué era lo que acababa de ocurrirle a mi salvador, en qué estado lamentable se encontraba él ahora.

Una cara se acercó al mío hasta que solo fui capaz de verlo a él. Parecía tan hermoso con su mandíbula cuadrada, sus labios en formas de arco, su nariz recta, sus preciosos ojos y cabellos tan negros como el abismo más oscuro… pero tuvo que fastidiarlo todo con sus dichosas palabras.

- Joder, qué pinta más horrorosa.

- Gracias- intenté reforzar mis palabras para que pudieran salir con el sarcasmo necesario que la situación requería, pero en vez de ello lo único que salió de mi boca fue un débil hilillo de voz, apenas perceptible. Mierda, parecía una chica endeble.

- Y más que me debes agradecer, si no fuera porque me he molestado por tu insignificante vida estarías muerta y lo estarás si no colaboras de ahora en adelante- dijo con aire de superioridad-. Así que duérmete y no me molestes más.

Quería replicarle que a mí nadie me manda y menos un desconocido engreído por mucho que me hubiera salvado. Pero en vez de eso me quedé atrapada en su mirada. Sentí que sus ojos me penetraban hasta el alma, un eterno frío se coló en mi interior, un frío que me arrebató mis últimas fuerzas y me sumió en la noche de la inconsciencia.

Pero antes de que me rindiera a la oscuridad que se disponía a cubrirme como si de una manta protectora se tratase, una vez más acerté a oír algo.

- Y pensar que él la quiere viva, no veo como puede ser tan importante alguien tan insignificante como ella…

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